La duda

La dinámica de los acontecimientos nos pone en una encrucijada, poco novedosa por cierto: la fidelidad al pensamiento y a la acción política, o la defensa de horizontes limitados impuesta por intereses corporativos. 
Entendemos que esto es una coyuntura, o por lo menos, si la madurez fuera una característica de esta sociedad argentina, debiéramos entenderlo así. Pasamos del frio al calor, de la euforia a la desgracia sin estaciones intermedias. La fugacidad de algunos técnicos, próceres del fútbol argentino y otrora ídolos indiscutidos, crucificados inmediatamente cuando los resultados de dos o tres partidos no son favorables, es una muestra de esa inmadurez crónica.
Lo que hoy reclamamos mantener: un cierto progreso material, una posibilidad tecnológica antes reservada a unos pocos y hoy difundida masivamente. Lo que hoy reclamamos mantener: un cierto buen pasar moteado de autos cero kilómetros, viajes al exterior y aires acondicionados para todos y todas. Lo que hoy reclamamos mantener: un cierto poder adquisitivo, un poco más -bastante más- de lo que años de errabundos gobiernos pudieron darnos. Eso que hoy reclamamos mantener, no es fruto de una casualidad.
Se podrá decir desde nuestra clase media inmediatizada: es el fruto de nuestro trabajo, de nuestro sacrificio. "Lo que tengo, lo tengo por que me rompí el culo. Estudie, me esforcé y trabaje. A mi nadie me regalo nada". Sin embargo, la existencia de una mínima posibilidad de superar esa inmediatización   debería ponernos en situación de madurez, de reflexividad. En otros tiempos descarnados, feroces, la impericia de nuestros dirigentes hizo que el esfuerzo de esa clase media fuera barrido impiadosamente: ni el estudio ni romperse el culo trabajando fueron suficientes para impedir el desastre, individual y colectivo.
Esa misma mínima posibilidad de superar la inmediatez, debería permitirnos ver que la confluencia de la naturaleza emprendedora de la clase media con políticas acertadas, o medianamente acertadas, dieron lugar en estos últimos años a generar lo que hoy reclamamos mantener.
Se impondría, si fuera posible, un ejercicio de equilibrio: nos rompimos el culo y nuestro sacrificio tuvo su recompensa, pero hay que reconocer que hubieron unas políticas gubernamentales que acompañaron y favorecieron este proceso.

Se escucha a los culirrosca de siempre: eso fue viento de cola, no hubo mérito del gobierno.

Ahora, las vacas flacas vienen marchando, con la poca carne que les queda. Al igual que el hincha desaforado, empezamos a cavar la tumba del técnico que supo darle satisfacciones al club pero hora se encuentra perdidoso. Curiosamente, los típicos cultores de lo foráneo, los que miran la madurez  de sociedades equilibradas, esencialmente distantes de nuestra realidad, son los que azuzan el desastre inmediato, los que auguran la salida del técnico. No se dan cuenta -o lo hacen pero prefieren actuar en orden a su interés corporativo- que esas sociedades de avanzada tienen también sus etapas críticas. Pero a diferencia de nosotros, pero no salen a pedir cabezas, todo lo contrario, se mancomunan con su gobierno para salir adelante. Por cierto, el gobierno que fue electo democraticamente. Creo, decían de Nixon: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta.
Visto esto, concientizado esto, inevitable surge... la duda.
En nuestro caso particular, como docentes, estamos claramente colocados en una situación delicada. No voy a explicar la especial naturaleza de nuestro trabajo. Sin embargo, la coacción de los hechos nos impele a obrar como lo haría cualquier trabajador más. Nosotros también disfrutamos los últimos tiempos de bonanza, también sostenemos que nuestro progreso material es el fruto del trabajo y del sacrificio, también deberíamos poder entender que esta etapa crítica es una coyuntura, de la cual se sale poniendo el hombro colectivamente y superando el interés corporativo.
La superación de esa tentación corporativa solo es posible desde un intimo convencimiento político. ¿Estamos politicamente convencidos sobre la legitimidad del accionar de nuestro gobierno? ¿Tenemos la capacidad de reconocer que la bonanza de los últimos años fue producto no solo del esfuerzo individual sino también de la concepción y aplicación de políticas proactivas desde el gobierno?
Y si esto fuera así, sí podemos hacer este ejercicio de ecuanimidad, todavía falta algo para que esto sea posible: se impone un reconocimiento y un compromiso colectivo, desde todos los sectores, incluida obviamente la clase política. 
Si mi gobierno me dice: vamos a a tener que comer puchero de alita de pollo por tres años, bárbaro, adelante, me la banco. Pero todos tenemos que comer puchero, todos absolutamente todos, de la cabeza para abajo. 
De repente, tal vez, estamos esperando ese ejemplo de sacrificio, esa señal que nos convoque a poner el hombro, todos. Las fotos de mi diputado paseando por Europa con su hermosa novia no favorecen esa convocatoria. Otras fotos de la clase política tampoco.
La maquinaria mediática conocida se esfuerza diariamente por minar la legitimidad de mi gobierno, para convencerme de que lo mejor es que salga ya mismo el técnico. Para que me olvide que ese tipo nos hizo ganar algunos campeonatos. Para que no piense ni por asomo que ese mismo tipo todavía nos podría hacer ganar algún campeonato más, si lo bancamos.
De ahí la duda.

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