ADN golpista

Hay una morbosidad latente, espesa, acechante, regodeante.
Tenemos, los argentinos, parecería ser, una pulsión de muerte, en términos freudianos. Estamos haciendo -nuevamente- todo lo posible, para producir una ofrenda, un holocausto, matar al cordero de Dios. Cuidado, no se confundan, ya que creo no estar confundido: no se trata de poner a los mortales en un pie de igualdad con los inmortales. Pero de alguna manera estamos reproduciendo una constante: queremos matar a Dios, a un Dios, el que dice que esta bien y que esta mal, el que nos lleva de la mano, el que nos levanta después de haber caido, el que nos da sin pedirnos, el que nos recuerda nuestra miserabilidad. Preferimos a Barrabas. No importa si el diablo fuera elegido presidente: el solo hecho de ocupar ese lugar nos llevaría a volvernos ultra católicos. Y si en lugar del diablo estuviera Dios, iriamos contra Dios.

Año tras año hemos disfrutado con la caída de gobiernos. Más malos, menos malos, incluso algo buenos. Le echamos la culpa a los militares, cuando en el fondo, en lo más íntimo de nuestro ser, estábamos deseando la destrucción de los que mandan, sea quien fuere, civil o militar, surgido de un golpe, de una revolución o de una elección. Ciclicamente aflora nuestro deseo de ver rodar la cabeza de los de arriba. ¿Se podría hablar de un adn libertario que caracteriza el ser argentino? ¿o más bien, el ser del porteño?

Que hoy existan mecanismos para potenciar nuestro ese deseo, no implica que este no existiera con anterioridad a esos mecanismos. Leemos acerca del avance del país hacia su destrucción y nos regodeamos en esa lectura sistemática de catástrofes económicas. Nos dicen que vamos a perder el juicio ante los extraños, que vamos a tener que pagar lo indecible, que toda America Latina crece menos nosotros, que Brasil devalua y nosotros sufrimos, y despues de que nos dicen esto pensamos "buenisimo", cualquier cosa con  tal de que este gobierno también caiga. Parecemos el escorpión que cruza el rio sobre la rana.

Hicimos caer a Yrigoyen, a Perón, a Frondizi, a Illia, a Onganía, a Campora, a Alfonsín, a De la Rua. Hasta el 3er Perón hubiera caido a manos de la sociedad. A los que no hicimos caer fue porque tenían en claro nuestra ideosincracia autodestructiva. Hoy estamos esperando ver caer a este gobierno, que se de la crisma contra el piso, que en las elecciones de octubre quede de rodillas, y si renuncia antes de que termine su mandato mejor. Con Menem tratamos, pero no pudimos. ¿Por qué? Por qué sabía que tenía que ser un hdp y lo fue, sabía que tenía que pactar con el diablo y lo hizo, sabía que tenía que cagarse en el Congreso y darle pelota a la Constitución hasta un punto, nada mas. Videla... ya sabemos la solución de Videla. Cuando los militares se le plantaban a Fondizi, la gente esperaba morbosamente su caida definitiva. Con Illia, otro tanto. Después nos desagarrabamos las vestiduras, por el gran democráta que fue Illia, pero mientras tanto lo cagamos. Todos.

¿Cómo gobernar una sociedad en cuya naturaleza está el aniquilamiento del gobierno, cualquiera que sea, democrático o militar? Somos golpistas, el golpe está en nuestro adn.

Del 54 % parecería que hoy solo queda un 27. ¿Que paso con el otro 27 %? ¿Adonde se fueron? ¿Podemos ser tan volatiles? Hoy se lee en el diario que tal o cual diputado abandona las filas de un partido -en supuesta decadencia- para sumarse a las de otro partido -supuestamente en asenso-.

No preocupan tanto los modelos, a esta altura de la cuestión, sino más bien como luchar y controlar nuestros demonios internos, esa  pulsión destructiva, de terminar con el padre, con el que manda, con la autoridad. Como luchar contra nuestro adn golpista.

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