Mario Bros. O el Gran Hermano Latinoamericano

Los argentinos tenemos la tendencia a pensar y a hablar mal de nosotros mismos. No todos los argentinos, pero si unos cuantos, tenemos esa costumbre. A esos argentinos se los puede agrupar en dos sectores: los que hablan mal de los argentinos luego de una reflexión intelectual sesuda, y los que hablan mal de los argentinos porque si.

La intelectualidad argentina - Se podría afirmar que históricamente una parte de la intelectualidad argentina tiene una pronunciada tendencia a entender que los argentinos somos genéticamente defectuosos. Tal vez quien inauguró este pensamiento fue nuestro compatriota Domingo Sarmiento, cuando en su “Facundo” denunciaba la naturaleza bárbara del ser argentino. Sarmiento junto con nuestro tucumano Juan Alberdi no vieron mejor solución a esta esencia degenerada que eliminar al directamente al elemento nativo, es decir al argentino, y reemplazarlo por verdaderas personas correctamente constituidas, los europeos, los cuales si son anglosajones muchísimo mejor.

Advierto que no era posible hablar de genes en los tiempos en que escribía Sarmiento, si bien él hablaba de razas, determinando las posibilidades de los pueblos a partir precisamente de su origen racial. Muy probablemente hubiera utilizado conceptos de genética de haberlos conocido.

Cabe advertir también que tal vez puedan encontrarse trazas de este pensamiento en algún que otro pensador argentino presarmientino.

La clase media - Esta tendencia a denostar al argentino, propia de algunos argentinos, no se restringe a esta intelectualidad. Existe también una parte de la clase media –argentina- que se hace eco de este discurso. No son intelectuales, pero igualmente repiten el texto autodestructivo que se les ha inculcado: los argentinos somos una cagada.

Es la clase media que va en su cero km con el aire a full y de repente se encuentra con un piquete de negros –argentinos- que les impide llegar al country. Entonces rebuznan "esto en Alemania no pasa... Este país no cambia mas..." Es la clase media que afirma que el problema de la Argentina son los argentinos, y que si en lugar de argentinos pusiéramos japoneses este país despega al toque. Tal como decían Alberdi y Sarmiento, nada más que con ingleses en lugar de japoneses.
Es esa clase media que no sabe bien porque pero apoyó la rebelión de los barones del campo contra el gobierno en 2009.
Es la clase media que se indigna cuando ve a otros argentinos pintando cordones en las veredas a cambio de un subsidio del gobierno.
Es la clase media que afirma, refiriéndose a los desaparecidos, que "algo habrán hecho" para merecer ese destino.
Es la clase media que no vio con indignación que en una pared se haya escrito "viva el cáncer".
Y finalmente es la clase media en donde encarna la tan denostada "viveza criolla".

El ser argentino - Deberíamos preguntar ahora en qué tipo de comportamientos, en que características se manifiesta esta deformación esencial del argentino, sea racial, sea genética. Así, el argentino es perezoso, vago, mal entretenido, enemigo del esfuerzo y del sacrificio, haragán, ventajero, tramposo, irracional, pasional, ignorante, autoritario, antidemocrático, admirador del que viola la ley y enemigo del que la respeta. Melancólico, machista, mamarulo, engreído, pedante, soberbio.

Podría decirse que, analizando con algún cuidado estas características, ninguna de las mismas puede dejar de encontrarse en cualquier sociedad pasada o presente. Como así tantas otras que pueden hablar de sus virtudes.

Lo curioso – lo curioso es que esa intelectualidad y esa clase media están compuestas por … argentinos. Ambos grupos hablan pestes de los argentinos como si ellos no lo fueran. ¿Cómo salvar esta contradicción? Afirmando que ellos son argentinos, pero argentinos esclarecidos. Argentinos que, vaya a saber porque, no han sufrido los perjuicios propios de la raza o de los genes. Argentinos que, cual Michael Jackson, lograron desprenderse de aquello que los hacía indignos.

Ahora, Mario, el Gran Hermano Latinoamericano

Esta intelectualidad elitista y esta clase media extraviada son los que lo van a ir a ver.

¿A quién? A él, al Gran Hermano Latinoamericano, a Mario.

Mario que todo lo ve, todo lo entiende, todo lo comprende y por lo tanto, todo lo clarifica. El Gran Hermano Mario, que con su sabiduría, nobelmente premiada, nos viene a recordar, a confirmar, que los argentinos somos un desastre.

El Gran Hermano Mario, que por un aborto de la naturaleza hubo de nacer en el Perú, en la subdesarrollada Latinoamérica, pero que por decreto se ha hecho ciudadano europeo, corrigiendo ese desgraciado error (por lo menos no tuvo que sufrir el despellejamiento que atravesó el pobre Michael).

El Gran Hermano Mario viene a la Argentina, el país incomprensible, el país paradoja, el hogar de un pueblo que teniéndolo todo para ser felices, se empeñan en lograr la infelicidad. Un pueblo que elige democráticamente un gobierno antidemocrático. Un pueblo que lo hace llorar.
El Gran Hermano Mario viene para deleite de la intelectualidad elitista y de la clase media extraviada.

Sin embargo, alguien, algún extraviado, por alguna inexplicable razón, se hizo la pregunta:

¿Podemos ser tan pelotudos de invitar a inaugurar el principal evento cultural de los argentinos a alguien que casi se podría decir, desprecia a los argentinos?

Claro. En realidad, los que lo invitan son los argentinos por error, es decir, no son argentinos, por lo tanto todos los defectos que enunciamos y que caracterizan el ser argentino, a ellos no les caben.

Para la gran mayoría de los verdaderos argentinos, los "fallados", la presencia del Gran Hermano Latinoamericano Mario, incluso su existencia, les va a pasar total y absolutamente inadvertida.

Sencillamente porque tienen que seguir viviendo, trabajando, poniendo algo para comer sobre la mesa al final del día. En la fábrica, en la oficina, en el aula, o en la calle pintando cordones. Argentinos cuya única "viveza criolla" es seguir para adelante, con lo que hay, con lo que falta, con lo que esperan.

Argentinos que votaron a otros argentinos para que los gobiernen y que de ninguna manera merecen que nadie, por más premio Nobel que sea, les degrade en cuanto a su criterio para elegir a sus mandatarios.

Tal vez pueda encontrarse en esta intelectualidad elitista y en esta clase media desorientada, una posibilidad de revisión de criterios, de manera tal que puedan cuestionar cuales son los fundamentos por los que el Gran Hermano Latinoamericano Mario se arrogue el derecho de pontificar acerca de los argentinos, de sus problemas y de sus posibilidades. Tal vez puedan salirse de ese pedestal ficticio y asumir que ellos también son argentinos, de los verdaderos, de los originales, y que nadie tiene que venir a tratar de hacernos creer algo que no somos.

Sería bueno que LOS ARGENTINOS, TODOS, nos diéramos cuenta de que no somos ni tan buenos ni tan malos que nadie.

Por eso Gran Hermano Mario, la libertad de expresión, como todas las libertades, también tiene sus límites. Vos no podes ofendernos gratuitamente y encima pretender que te abramos las puertas de nuestra casa con cara de feliz cumpleaños.

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